viernes, 4 de octubre de 2013

IMPRESORAS 3D PARA HACER DRONES


Si usted es un creador o al menos un fabricante de cosas innovadoras, como el drone de Rubén Luna, de gracias por haber nacido en esta época. Cincuenta años antes difícilmente hubiera hecho carrera como inventor. Tendría que haber sumado dos condiciones vitales: talento y recursos económicos (y no existía Kickstarters para patrocinarle su audaz ocurrencia).

El genio científico de Thomas Alva Edison, por ejemplo, no se hubiera iluminado sin el genio financiero de J. P. Morgan. Suministrar luz eléctrica a todo Nueva York por primera vez en la historia de la humanidad, fue un milagro de ambos. Por separado, la lámpara incandescente se hubiera quedado en proyecto sin un mecenas, o Morgan hubiera terminado sus días de magnate como un mecenas ayuno de proyecto.

Pero ahora las cosas son distintas. Vivimos (acaso sin saberlo) en una Tercera Revolución Industrial. Por primera vez es posible que en cualquier persona se den la mano el talento y los recursos para crear cosas físicas. 

La clave de DIY consiste en que las cosas físicas no las hacemos cada uno sino entre muchos. De manera que el acrónimo no cambia pero el nombre sí: no se trata de hacer las cosas cada uno por sí mismo, sino entre todos. Y esto se consigue mediante la web, la automatización y hasta la gamificación  (el juego como método de conocimiento creativo).

Internet es el centro de la Tercera Revolución Industrial que modifica las pautas del diseño industrial y la producción. Bits al servicio de átomos. El mundo digital al servicio del mundo real. Ya no son entidades separadas. La web no nos aparta de la realidad: la aumenta y enriquece, le otorga otros enfoques y multiplica la perspectiva. En los espacios económicos, DIY crea un nuevo modelo empresarial a partir de un concepto que cada vez se volverá más comprensible: la desintermediación.  

En esta Tercera Revolución Industrial, las patentes han dejado de tener importancia para poner de relieve la invención colectiva. Un proyecto atractivo como la configuración de un drone casero es como un panal de abejas: convoca a los profesionales a mejorarlo sin esperar retribución inmediata como en el cada vez más obsoleto mercado laboral e integrando comunidades hackers que desprecian la propiedad intelectual y ponderan el alto valor del crowdsourcing (colaboración abierta distribuida).

Y lo más valioso son los actuales software diseñados para facilitar la fabricación de prototipos. ¿Un ejemplo? Arduino es una herramienta open source –es decir, sin reclamo de pago de licencias y donde mete mano cualquier programador que le dedique tiempo libre-- para inventores profesionales y hasta amateurs.

Un manual de Arduino no es tan fácil de entender como un instructivo de Lego, pero es posible aprender los pasos básicos con algo de paciencia. El segundo acto consiste en adquirir un programa CAD para componer cualquier tipo de productos, o una impresora 3D, abastecerla con suministro de materias primas y en cuestión de minutos obtendremos el prototipo de un objeto innovador, por ejemplo, un drone.

¿Se le habrá ocurrido a alguien preparar (o mejor dicho manufacturar) un platillo con esta máquina casi mágica? Sería un avance a la famosa cocina molecular que popularizó el chef español Ferrán Adrià con sus técnicas culinarias deconstructivas mediante el empleo de nitrógeno líquido. Quien halla estado en el templo gastronómico El Bulli, disfrutó de sus postres salados y esfericados  y puede dar fe que no sabían a comida para astronautas.

Pero esto es apenas el principio de la Tercera Revolución Industrial. En menos de diez años tendremos en su casa una de estas impresoras 3D, con un costo aproximado de cien dólares, para imprimir objeto de primera necesidad, como cepillos de dientes, pasta dental, peines, lámparas, jabones, cucharas, frascos, botellas, etcétera, personalizados a nuestro gusto y personal capricho, cuando hasta ahora sólo nos los producen las grandes empresas en procesos estandarizados.  

El movimiento DIY tiene su versión en español en comunidades digitales como el Proyecto Clone Wars, que ofrece construir nuestra propia impresora 3D. Todas estas tribus web revelan el desembarco de los aficionados creativos en las costas de los profesionales cerrados. Los barbaros han invadido Roma. Y por primera vez hay que estar del lado de los invasores. A fin de cuentas el botín lo repartiremos entre todos. Hasta de los escépticos que aún forman legión. 

UN DRONE CASERO


Cualquiera se siente orgulloso de participar en la primera experiencia formal dentro del movimiento Maker (házlo tú mismo) aunque en el caso de la construcción de este drone casero, Eloy y Oscar intervinieron tangencialmente. El mérito era casi exclusivo de Rubén.

Habían estacionado el Cooper en el descampado a unos 200 metros del montículo natural donde posaron el aparato. El calor de las tres de la tarde les encendía los pómulos y mojaba la camisa a los tres, más a Eloy que en pocos minutos parecía salido de un baño sauna. De pronto, como de la nada, salió el hombre bajito, barba montaraz, gorra beisbolera y cara de pocos amigos. Contempló el drone como si pensara en otra cosa, y apenas saludó a los presentes. Oscar malició que en el bolsillo derecho de su pantalón cargaba algo semejante a una pistola.   

--Es un drone, amigo – dijo Rubén a manera de saludo, intentando medir las reacciones del desconocido --, una aeronave no tripulada que goza de muy mala reputación desde que se comprobó su uso ilegal en EUA para bombardear viviendas en Afganistán.

Al hombre le valió la explicación no pedida, y sonrió misterioso. Sudaba copiosamente, más que los otros. Para seguir estudiando sus gestos, Eloy añadió:

-- Obvio, nada tiene que ver este juguetito doméstico con esos aviones operativos de inteligencia artificial y propulsión a chorro.

El desconocido abrió la boca por fin, al tiempo que se limpiaba el sudor con un pañuelo sucio:

--¿Se puede matar gente con ellos?

-- ¡Claro! – respondió Eloy acentuando el dramatismo de su explicación --. Son  capaces de exterminar civiles a una distancia de hasta 3,700 kilómetros.

-- Esos son muchos kilómetros – dijo el desconocido.

-- Pues si --- terció Oscar -- Ya se ve que hemos superado al diablo en medios altamente efectivos para propalar el mal.

Rubén encendió el transmisor del aparato que hizo girar las aspas con estridencia. Tras una polvareda, el drone despegó su panza del suelo y luego se devolvió sin fuerzas al montículo. Hasta el desconocido puso cara de frustración.

--¿Les costó muy caro el juguetito?

-- Sólo vueltas y más vueltas con los fierreros de Colón y Bernandro Reyes – aventuró Rubén, para restarle importancia a la pregunta capciosa. NO quiso decirle que en realidad lo había maquilado en una impresora 3D, de inyección de polímeros, con los materiales añadidos por capas, que habían comprando para Dickens Group.

-- Además, desde ayer estamos quebrados, amigo. No tenemos ni para dispararle una coca. Como bien dice usted, esto es un juguete – dijo Oscar--  pero en los próximos años, los drones servirán para que los geólogos, desde una ubicación remota, puedan investigar orografías de acceso imposible; los arquitectos alcancen a revisar fisuras en la estructura más alta de los rascacielos y los equipos de salvamento puedan medir en tiempo real el nivel de riesgo en zonas de siniestro.

-- O para que los voyeristas podamos asomarnos por las ventanas de los edificios de departamentos – interrumpió Eloy -- para ver desvestirse a la vecina, sin necesidad de aquellos binoculares de James Stewart para espiar a la hermosísima Grace Kelly en la película “Rear Window” de Alfred Hitchcock.

--No se que es un voyerista – reconoció el desconocido.   

-- Son tipos que se meten en lo que no les importa – le aclaró Eloy. Oscar tanto como Rubén carraspearon con preocupación y quizá por una reacción espontánea, el desconocido se metió la mano en el bolsillo de su pantalón.

Lo cierto es que Rubén no mentía en cuanto a lo barato del drone. Había armado y programado durante meses un prototipo de forma rudimentaria en la impresora 3D, con una cada vez mejor calibración, pero sus intentos de alzar en el aire el aparato se frustraron una y otra vez, hasta este preciso momento en que el drone, despertando de su flojera sobre el montículo, y ayudando a romper la tensión que provocaba el desconocido, comenzó a flotar unos seis metros del suelo y enseguida voló alrededor del descampado con estabilidad aceptable. Rubén aclaró que lo había creado a partir de un manual comprado en eBay por Oscar, según la patente de un holandés de nombre Jasper van Loenen. Para quitarse de problemas, tanto Rubén como Oscar habían optado por adquirir placas prefabricadas, que combinaron con las maquiladas por la impresora 3D.

-- Le insisto, amigo, que este tipo de artefactos, al menos en su versión casera, no son de alta tecnología – insistió Rubén -- pero me han dado muchas horas de fastidio y este par de minutos de entretenimiento.

--¿Cómo se construyó, si se puede sabe?—quiso saber el desconocido.

-- No es fácil explicarlo – le respondió Rubén -- Los componentes se ensamblan en una estructura de plástico (ABS): tanto las hélices como los cuatro motorcitos se conectan a una unidad de control, compuesta por un transmisor, un modulo de bluetooth, GPS y un sistema de vuelo. A la mexicana, con un par de alambres doblados le sujeté sensores y una camarita GoPro.

-- Misma que compré el año pasado y que fue mi aportación a la ciencia de la aviación – advirtió Eloy con orgullo, sobre todo porque fue lo único que funcionaba más o menos bien en esta aventura de locos benévolos. Todos se guardaron de mencionar ni por asomo la impresora 3D. – Sólo espero que me de como retribución un par de fotografías panorámicas en alta definición de Valle Oriente.

El encanto de ver desplazarse en el aire al artefacto (más parecido a una hurraca chillante que a una nave voladora) duró apenas un par de minutos más, antes de que el drone, tan frágil y mal radiocontrolado (R/C), aterrizara de panzazo y a trompicones en el pasto, desintegrándose en segundos.

El desconocido sonrió burlón y se fue sin despedirse calándose la gorra beisbolera y no sin antes ayudarles a recoger las piezas dispersas del aparato. Le echó una mirada rápida al Cooper, pareció memorizarse las placas y luego lo vieron perderse como vino por el descampado. Los tres prefirieron no decir nada cuando lo vieron subirse a una camioneta roja, sin placas. No les quedaba duda de que el bulto acariciado por el hombre dentro del pantalón era un arma.

-- Hay que entrar en las comunidades web de fabricantes amateurs de aeronaves caseras – dijo Oscar.

-- No te mortifiques Rubén – lo compadeció Eloy -- Se trata apenas de una práctica nueva, nada comparable a la dirigida para fines militares. Por cierto que mi amigo Julio Loyola me acaba de informar que la Marina quiere contratar este tipo de avioncitos y aún no encuentra proveedores.

Oscar no aguantó la risa.

-- Pues de momento, no seremos nosotros quienes les resolvamos esta necesidad a la gloriosa Armada de México.
   
-- Pero si pueden funcionar para un restaurante – sugirió Eloy – El drone puede llevar en el aire los platillos de la cocina a la mesa de los comensales, donde un mesero los descargará a sus respectivos destinatarios. Otra opción será usar los drones para entregas a domicilio de pedidos de clientes.

El tiempo, que todo lo cura y todo lo resuelve (para bien o para mal), les diría a fin de cuentas si los planes de Eloy eran sueños guajitos o anticipaciones exitosas.    

EL CLUB DEL ESPERMA CON SUERTE


En el mundo empresarial existe un concepto curioso: “la herida del empresario”. Fue acuñado en el año 2009 por el periodista de negocios de la BBC, Robert Peston, y explica que la clave del éxito de muchos buenos emprendedores se debe a su capacidad para sortear retos y adversidades. Claro, sus rostros tienen las cicatrices de las mil y un batallas ganadas y perdidas. Por su parte, el novelista Francis Scott Fitzgerald escribe en “El gran Gatsby”: “La conducta puede fundarse en dura roca o en húmedos pantanos”. 

Aquellos que sufrieron heridas en su pasado, que batallaron a brazo partido, que son resilentes y fundaron su conducta en la dura roca y no en pantanos húmedos, pueden llegar a ser mejores emprendedores que quienes por buena suerte –para ellos, no para los clientes-- arribaron como juniors a ocupar el asiento que perteneció a sus padres.

El problema es que por una falla del comercio patrimonialista, como el que se gesta en México, por una grieta de la pirámide mercantilista de los bienes heredados – incluyendo erróneamente los que se transmiten por ADN - ahora llegan a los altos cargos empresariales hombres grises y sin atributos, hijos de papá. Estos juniors no crecieron en condiciones difíciles, ni se templaron en entornos adversos. De ahí su frivolidad, su desapego a las normas de calidad, su falta de enfoque en el epicentro de los problemas empresariales.

La mayoría de los fundadores de grandes empresas comenzaron a ser exitosos bien entrada su madurez. El mejor publicista de todos los tiempos, David Ogilvy solía contar que ninguna agencia de publicidad lo hubiera contratado porque a sus 38 años no tenía profesión y estaba desempleado. Ray Krok, el visionario detrás de McDonald’s tenía 50 años y estaba en el ocaso de su carrera cuando lo fichó la empresa de los arcos dorados. 

A la pregunta de por qué inició su carrera como emprendedora en el ocaso de su vida, Mary Kay solía responder: “siendo ya una mujer madura y con venas varicosas, en realidad no tenía mucho tiempo para darle vueltas al asunto”. 

Tanto Ogilvy como Krok y Kay, fueron miembros honrosos del “club de la herida del empresario”. Pero el rostro juvenil, tan bronceado y rezogante de botox de muchos juniors,  no muestran esa herida. No tienen cicatrices ni rastros de esquirlas de guerra. 

Warren Buffet, el famoso inversionista tiene una frase burlona que les cae como anillo al dedo a estos hijos de emprendedores: “son miembros del club del esperma con suerte”. Su cargo no se lo ganaron a pulso sino que lo heredaron de sus padres biológicos y sobre todo de sus relaciones trenzadas aún antes de nacer. Seguramente la mayoría de estos padrinos ya se arrepintieron de haberlos ayudado. 

Ojalá que la mayoría de los emprendedores de las próximas décadas formen parte del primer club (el de los heridos), y a los miembros del segundo club (el de los espermas con suerte) se les mande a morir empresarialmente en el condón virtual del olvido. Se lo merecen tanto unos como otros.

EL ARQUITECTO DE MOLIÈRE


Como todo buen junior, el arquitecto -- tez bronceada, camisa Moschino, zapatos Ferragamo -- sacó sus enseres de un maletín Louis Vuitton y desplegó en una Mac, ante los empleados de Dickens Group, las imágenes renderizadas, impecables pero insulsas: no eran la ilustración del proyecto Mandela en 3D, sino apenas un esbozo coloreado y convencional; no una simulación realista de los sueños de innovación de Eloy y Oscar tan largamente explicado, sino apenas unas estructuras poligonales sin vida y sin la mínima inspiración. No arte sublime: apenas técnica elemental. Pero el pago de sus honorarios (por lo menos del anticipo tan elevado), eran propios de un Leonardo o un Rafael contemporáneo, vestido con Hugo Boss.
La junta parecía irse al garete. Ruben se entretenía jugando en la mesa con su drone inservible y parecía no prestar atención; los demás empleados no acertaban a decir palabra y sólo Oscar adivinaban lo que pensaba Eloy con solo verle la cara: “Ya se sabe que el talento se mide ahora en razón de la inversión en marketing del supuesto profesional: si aparece en las revistas de moda tiene por fuerza que ser el mejor de su gremio. El prestigio personal lo respalda la pose majestuosa ante las cámaras. Sólo la evanescente fama acredita la calidad. Y no hay más”. Era más que probable que pronto se desatarían los mil diablos.
Mientras el arquitecto seguía exponiendo con su vocecita de junior irredento frente al monitor, Oscar sujetó el brazo de Eloy para tranquilizarlo. Era preferible llevar las cosas a buen término, le susurró a su hermano. Eloy masculló molesto:  
--¿Qué? ¿No tiene uno como cliente al menos el privilegio de protestar? Pero como los mexicanos somos la raza de la cortesía sumisa…
--Hay formas, Eloy – le contestó Oscar, viendo de reojo al arquitecto que acariciaba ostentoso su maletín Louis Vuitton y parecía olfatear la animadversión en contra suya.
 -- Pues yo no tengo madera de mecenas, menos de obsequiante dadivoso y mucho menos de aguantador de júniors.  
Oscar lo apartó discretamente del monitor de la Mac, e invitó a su hermano a ir juntos por un café. Era un simple pretexto para distender las cosas. Rubén se ofreció a servírselos pero entre ambos le ordenaron que se quedara en la mesa a cuidar su drone.
Frente a la cafetera, alejados de la mesa de juntas, Oscar insistió en dejar pasar la afrenta del arquitecto: “Ya veremos luego cómo subsanar el dispendio que ocasionó el inepto que contratamos; podemos compensarlo reduciendo costos de materiales de obra, o sacrificando otros rubros”.
Eloy lo interrumpió con un gesto teatral, como para que lo escucharan los presentes, especialmente ese junior de mierda a quien comenzaba a odiar profundamente:
-- Yo no puedo soportar ese método cobarde que finge la mayoría de la gente. Nada aborrezco más que a los donadores de frívolos abrazos, esos que tratan de igual modo al hombre honrado y al fatuo. Debería castigarse sin piedad ese comercio vergonzoso de apariencias amistosas; que nuestros sentimientos no se oculten jamás bajo vanos cumplidos”.
Oscar se quedó atónito.
--¿De donde sacas tanta jalada—
Su hermano se tentó a no responderle pero pudo más su honestidad intelectual.
--De Molière — aclaró --. Lo recita en el acto primero Alceste, el protagonista de su comedia teatral El Misántropo.  La obra se estrenó en París hace 347 años, ¿pero a poco no la sientes tan actual como si la hubiera escrito ayer?”.
El arquitecto que lo escuchaba a medias, no sabía si ofenderse o no, pero por no dejar se levantó de la silla, apagó la Mac y se les acercó.
-- ¿Me dijiste fatuo o algo así?
Oscar seguía mudo, con la cara desencajada.
--No-- le respondió Eloy --. Es que son las doce del día y a esta hora me gusta recitar a Molière.  
El arquitecto lo veía con la mirada típica de quien no sabe quien carajos es Moliere. Eloy pasó a señalarle que sus renders eran tan convencionales que parecían copiados de un manual de diseño gráfico para niños de primaria; que era la cuarta vez que los corregía y que ya no cabía esperar más de su creatividad en entredicho.
Como impulsado por un resorte, el arquitecto recogió sus enseres, los guardó en su maletín Louis Vuitton y se marchó de la reunión a suaves zancadas de sus Ferragamo . Nadie se atrevió a despedirlo.
- Olvidó regresarnos el anticipo de sus honorarios – remató Eloy regresando a su asiento en la mesa de juntas. Ninguno le secundó la broma. ¿Había concluido la sesión? ¿Seguirían con otro asunto? Eloy les dirigió una especie de discurso a manera de disculpa. Temía que lo fueran a catalogar de envidioso, cuando sus críticas no pasaban del plano profesional. ¿O sí había un rescoldito de envidia en su corazón? 
--¿Qué pasa con muchos profesionistas como este junior que a la menor contrariedad desisten, como si estuvieran cloroformizados y no entienden la competencia privada y la disputa eficiente? ¿Por qué no se esmeran en seducir al cliente sin pensar sólo en cómo quitarle su dinero? ¿Por qué asumen los contratos como si fuera el inicio de una dependencia parasitaria? Nos falta cultura del emprendimiento y de la competitividad.
Oscar le interrumpió su discurso para recordarle serenamente cuatro cosas: ya no tenían dinero para arrancar el Proyecto Mandela, ya no tenían arquitecto de confianza, ni siquiera planos para iniciar la obra, y la solución Do It Yourself era una opción muy remota, al menos hasta que funcionara como ejemplo alentador el drone de Rubén.
--¿El drone? – preguntó Rubén en plan de reto – Esto es lo único que nos funciona en esta temporada y a las pruebas me remito.
Eloy le tomó la palabra y les pidió salir a campo traviesa a comprobar su dicho. Dieron por concluida la junta, se subieron al Mini Cooper y Rubén, sentado en el asiento de atrás del carro, guardó en su regazo el aparato aéreo. Enfilaron por la avenida Lázaro Cárdenas a los terrenos despoblados de Valle Oriente.
--¿Les cuento otra escena de El Misántropo? – preguntó Eloy a Oscar y Rubén mientras conducía el vehículo por un atajo en Avenida Fundadores -- Un poeta mediocre le pide al protagonista Alceste qu con franqueza le de su opinión sobre un soneto amoroso que acaba de escribir. Alceste destroza el escrito sin suavizar sus críticas. El poeta le responde ofendido: “Ya quisiera verlo yo componer un poema a su manera sobre el mismo tema”. La réplica de Alceste es memorable: “Podría por desgracia componer uno igual de malo, pero me guardaría de mostrárselo a la gente”.

USUARIOS DE KICKSTARTER


Los planes de makers inspirados por el Do It Yourself como el Proyecto Mandela que no se adaptan por su propia naturaleza a los patrones ordinarios de financiamiento, pueden recurrir a la plataforma de Kickstarter (nacida en 2009), a partir del modelo de cooperación colectiva o micromecenazgo. Y es que en épocas de crisis, como decía Einstein, sólo la imaginación es más importante que el conocimiento. Pero, como opina Oscar Garza, no faltan los asegunes en Kickstarter.

Para cualquier cantautor indie que busca grabar profesionalmente sus canciones en un álbum al margen de los circuitos comerciales, o para cualquier fabricante a pequeña escala de nuevas modalidades de piercing personalizado que quiere exportar su innovación a otros países donde las luzcan lenguas y ombligos de otras razas, ser financiado a través de Kickstarter resulta un buen alivio. Este sitio web puso de moda una nueva economía heterodoxa, el crowd–funding, con una facilidad operativa que antes nos resultaba ajena y diversificó el objeto de financiamiento que en un principio se restringía a proyectos estéticos y que ahora se abrió a las ramas tecnológicas.

Pero Kickstarter ha mezclado la aceptación de buenos proyectos con otros de dudosa procedencia; ha combinado la recepción en su sistema de creaciones originales con propuestas mediocres, destinadas incluso a ser front para lavar dinero o para cometer fraudes.

Según Oscar Garza pocos han analizado también el efecto psicológico que sufren los creadores de un proyecto cuando los exponen públicamente en ese sitio web para ser financiado: como por normatividad, Kickstarter abre y transparenta cada donantes, no faltará quién se decepcione por haber recibido menos apoyo del que esperaba de sus sponsors potenciales, de sus familiares pudientes o de sus amigos cercanos que prometieron determinadas sumas con las que no cumplieron. O al revés: están los supuestos creadores que suben sus proyectos como instrumento de presió coercitivos a personas que comprometen para que los financien. 

Por otra parte, existen testimonios de participantes que sufrieron las de Caín para recibir su financiamiento ya gestionado (los retrasos en la entrega de recursos son casi la marca de la casa), carecen de respaldo legal suficiente para reclamar el dinero ganado o su proyecto rentable duró tanto en línea al riesgo de ser pirateado por inversores oportunistas.

Estos imponderables desmoralizan al maker mejor plantado y confirman que Kickstarter es apenas un startup con muchas áreas de oportunidad, que no ha alcanzado la solidez de otros sitios como e-Bay, más preocupado en evitar fiascos. Como la mayoría de los startups, Kickstarter  está en su fase temprana, sujeta al método heurístico de prueba y error, con los defectos, fallas de origen y malentendidos típicos, corregidos sobre la marcha, que se llevan entre las patas la confianza de usuarios bienintencionados y a veces hasta el propio prestigio de la marca.

De ahí que muchos artistas aficionados, artesanos, diseñadores amateurs e interesados en el mundo del retail, escudriñen en línea otras opciones de mercado abierto como www.quirky.com (nacida en 2009), una compañía definida por Ben Kaufman, su fundador y director general, como social product development. ¿Cómo opera? El creador de un proyecto innovador presenta su idea, los técnicos de Quirky la desarrollan y le dan 30 centavos por cada unidad vendida. Este modelo de negocio lleva cada semana dos nuevas marcas de productos de consumo al mercado. Opina Kaufman: “Todos somos inventores y Quirky tiene como misión hacer la invención accesible”.

Otra compañía similar a Quirky es www.etsy.com (nacida en Brooklyn en 2005): forma comunidades alternas de compra y venta de productos hechos a mano, objetos vintage o suministro de manualidades sorteando el típico burocratismo para iniciar un negocio. Etsy pide una cuota mínima para inscribirse: cada vendedor paga 20 centavos como tarifa por cada artículo que sube en sus tiendas virtuales y la startup le retiene 3.5 por ciento por cada venta. De su oferta, Oscar y Eloy escogieron algunas lámparas diseñadas por KhalimaLights en Carolina del Sur, en EUA, (Simple Modern Edison Lamp) y las compraron en línea para decorar el proyecto Mandela. Siguen alumbrando su local.

jueves, 3 de octubre de 2013

INSOMNIO


Eloy Garza se levantó de su cama a las ocho de la mañana como de costumbre con los ojos pelones por no haber dormido durante la noche. Era como claudicar de una vez por todas del sueño a pesar de las infusiones nocturnas de tila, melissa, valeriana, manzanilla, pasiflora, y otras hierbas que retacaban los estantes de su alacena. 

Padecía insomnio como cada verano con una periodicidad metódica y letal, pero en esta ocasión el motivo no era orgánico sino filosófico: le consultó a la almohada hora tras hora sobre cómo llevar a la práctica los preceptos del Do It Yourself, sin retrasar los tiempos de entrega del Proyecto Mandela. A una hora indeterminada de la noche se levantó a escribir el post rutinario en la computadora, con una paciencia superior a la de ordinario y regresó a la cama creyendo que ya lo vencía el sueño, pero no era más que otro engaño de sus locas ganas de dormir. En su ensoñación se metía en un dédalo de concreto detrás de un billete sujeto a un hilo invisible que alguien jalaba. Cada vez que Eloy casi lo alcanzaba, el hilo hacía volar el billete más lejos de su perseguidor. Era el cuento de nunca acabar.    

Eloy Tenía la intención de presentar una nueva idea en la junta de planeación con sus colaboradores esa misma mañana, luego de que el arquitecto le mostrara – ¡por fin, a Dios gracias! -- los últimas imágenes renderizadas del local.

Se bañó, se vistió con una camisa de cuadros, un pantalón arrugado color café y preparó su te verde habitual endulzado con sacarina en una cafetera de enchufe, antes de salir retrasado por media hora de su casa a Dickens Group, con movimientos de autómata y con la cabeza perdida en otro mundo mientras conducía el Mini Cooper como por inercia, escuchando “Et Incarnatus est” de la “Misa en Do” de Mozart.

En la oficina se entretuvo casi una hora jugueteando con la pitón, estudiando la tarántula en su jaula de cristal y a las pirañas en su pecera: un zoológico en toda regla que para Oscar era un desperdicio colosal de recursos y tiempo. Eloy no se espabiló hasta que su hermano, parado en el marco de la puerta de su oficina y con el vaso de capuchino en la mano izquierda, le soltó a manera de bienvenida un “¡estás loco si crees que Kickstarter nos financiará el Proyecto Mandela!”, que si bien no lo sobresaltó lo puso al instante en guardia.

-- O sea que leíste mi post de hoy.

-- Sí – le respondió Oscar bebiendo el capuccino --. Te recuerdo que me lo enviaste a mi mail a las tres de la mañana.

Lo había olvidado pero era cierto: como un intento por demostrarse a sí mismo que el proyecto Mandela era tan atractivo como para ser financiado colectivamente (ahora que habían perdido en la bolsa de valores buena parte de sus ahorros y ya no les quedaba de otra), escribió un brief  sobre las ventajas de someterlo a consideración de Kickstarter, una de las plataformas de redes sociales más exitosas para que modelos de negocio de autoproducción recauden fondos del público, saltándose las vías tradicionales de inversión.

Pero Oscar tenía sus reservas: Kickstarter fijaba fechas límites y una meta de recaudación de fondos (lo que se denomina provision point mechanism) que no se ajustaba a los plazos del proyecto Mandela, por muy artesanal y casero que quisieran convertirlo.

-- Me gusta el concepto de Do it Yourself – remató Oscar encogiéndose de hombros – pero sólo dime cómo hacerlo. Por cierto, traes unas ojeras de vampiro desvelado. ¿Otra vez no dormiste?

-- No, me la pasé dando vueltas en la cama pensando en esto, y en lo que tengo que decirle al arquitecto. Sospecho que de nuevo nos quedará mal.

-- ¿Lo vas a regañar delante de todos?

-- No me queda de otra.

-- Pues que Dios nos agarre confesados. Nada mas piensa que lo más seguro es que le dará igual porque ya le pagamos. Y música pagada...

Los empleados pasaron por el pasillo con mochilas, portafolios y topperwers con el lonche del mediodía. Saludaron rápidamente a los dos hermanos para no sacarlos de su plática. Eloy los saludó con una mano y con la otra se sobó la cabeza, mientras soltaba un bostezo prolongado. Vio la hora en su Iphone: en unos minutos tendrían que comenzar la junta de planeación y del arquitecto ni sus luces:

-- Pues si no podemos financiarnos con Kickstarter de plano no encuentro otra manera. Tus manos y las mías son muy pocas para poder levantar un proyecto como Mandela.

-- Nos queda la gente de Dickens Group – sugirió Oscar con una duda mal disimulada. En un descuido, Eloy le arrebató el capuchino de la mano, le dio un sorbo al vaso con cuidado para no quemarse y se lo devolvió.
 
-- ¿Te refieres a Rubén el inventor de drones que no vuelan?

-- No tengo a muchos más en mente. Ni modo que contemos con el arquitecto que, por cierto, ya se retrasó como siempre. ¿Comenzamos la junta sin él?

Ni el propio Eloy supo a ciencia cierta si el largo suspiro que dio fue a causa del café hirviente que le había arrebatado a su hermano o por la imposibilidad de imaginar otras salidas a la falta de recursos que no fueran las que se posaban frente a sus narices. Tenía preparado un acto de desplante teatral en contra del arquitecto si no cumplía con la entrega pendiente de material, pero su demora le deshacía sus planes. ¿Lo haría a propósito por fastidiarlo? ¿Por echarle en cara su soberbia? 

-- Comencemos la junta. Y que el arquitecto se vaya al carajo de una buena vez.

NEW WORK


Para ese entonces en el norte de México germinaba un nueva tendencia denominada “Hazlo tu mismo” (“Do It Yourself”), práctica dos veces centenaria en EUA y que Eloy Garza había conocido tras la lectura del libro Walden, la vida en los bosques (1857) de Henry David Thoreau.

El fondo de esta tendencia es relativamente elemental: se trata de fabricar uno mismo las cosas que nos resulten útiles (autoproducción), como microhuertos orgánicos, vino orgánico, muros verdes, adaptación como equipo de gym de llantas, tubos de pvc y llaves inglesas (crossfit); incluso confección de cosas artísticas que expresan nuestros gustos o tendencias estéticas (artesanía, graffiti urbano legal e ilegal, línea de ropa alternativa, manualidades de inspiración racial, diseño de bisutería amateur, producción indie de música y video, tatuajes, pearcing, rastas, todo en plan amateur y con tecnología básicamente doméstica. Los tutoriales y cursos en Youtube, Vimeo y otros medios sociales benefician esta tendencia de impacto mundial.

Eloy no era muy optimista de que esta modalidad del “Hazlo tu mismo” pudiera adaptarse en estas tierras, por carecer de suficientes referencias nativas de bricolaje (actividad manual que realiza un aficionado). Y es que ¿hace cuánto se dejaron de lado en el noroeste de México las materias de aprendizaje manual en escuelas primarias o los talleres de carpintería y electrónica en las secundarias? ¿Hay algo similar en estos páramos a la Feria Maker que se monta anualmente en Silicon Valley o cuando menos en Valencia, España? Sin duda se han desdeñado las técnicas de fabricación de productos comerciales por dominar mejor las artes del marketing, la negociación y las ventas: preferimos el humo a lo sólido.

Los habitantes de los páramos norteños donde vive Eloy quieren ser grandes vendedores y no diestros hacedores; admirados publicistas y no hábiles fabricantes; managers, más no makers. Admiran la mentefactura pero descuidan la manofactura y no se avanza ni en lo uno ni en lo otro, si de por sí producir cuesta mucho en inversión, preparación y gestión de la cadena de suministro.  

Mucha culpa la tiene el propio gobierno empecinado en castigar al buen fabricante y al emprendedor, saturándolo de permisos y trámites a cargo de burócratas que no producen nada más que estorbos y retrasos; exprimiéndolo con sobornos en vez de alentarlo en su inversión de riesgo; condicionándole su comportamiento con impuestos, leyes y reglamentos arbitrarios. Así se explica que sea el propio gobierno quien nutre la economía subterránea. Eloy se sentía defraudado: “no nos dejan de otra”.

No es extraño entonces que la aspiración vocacional en esos páramos donde vive Eloy se dirija a trabajar en una oficina oscura de gobierno en vez de fabricar productos para acomodarlos en el circuito comercial o para autoconsumo. Pero algo está cambiando.

La naciente tendencia de “Hazlo tú mismo” (DIY), esa que como revelación les cambió la conciencia a Eloy y Oscar la mañana cuando se les deshacía entre las manos el proyecto Mandela, se convertiría en movimiento Maker cuando el hacedor independiente comprendiera que no está solo y tome la decisión de compartir sus proyectos abriéndose al Know-how colectivo. No es wishful thinking: la crisis de puestos de trabajo se aliviará con la proliferación de fabricantes constituidos en pequeñas empresas con ventas minoristas.  

Eloy también había leído por esos días una novela poco conocida en México: “Makers” (2009) del blogero y narrador Cory Doctorow que en formato ficción explora el mismo fenómeno maker. En un futuro ficción cercano estallará el boom de pequeñas start-ups que diseñen, fabriquen y comercialicen productos de factura colaborativa (P2P) creados por diletantes o amateurs y destinados en especial a la base de la pirámide, es decir, a la población que no forma parte de la clase media.

Doctorow bautizó el movimiento ficticio de su novela como New Work y en la vida real su base de operaciones la ocupan instalaciones compartidas de producción ya popularizadas en Shanghái (donde hay miles), pero con atisbos prometedores en otros países emergentes como México.

Pero antes de cualquier cosa, Eloy pensaba que el gobierno tenía que hacerse a un lado y no imponerle obstáculos burocráticos a la fabricación de bienes físicos, ni al manejo libre de bites y de átomos. Así se podría plantar la simiente de la nueva Revolución Industrial, inspirada en Henry David Thoreau y puesta en marcha por el proyecto Mandela