viernes, 4 de octubre de 2013

EL ARQUITECTO DE MOLIÈRE


Como todo buen junior, el arquitecto -- tez bronceada, camisa Moschino, zapatos Ferragamo -- sacó sus enseres de un maletín Louis Vuitton y desplegó en una Mac, ante los empleados de Dickens Group, las imágenes renderizadas, impecables pero insulsas: no eran la ilustración del proyecto Mandela en 3D, sino apenas un esbozo coloreado y convencional; no una simulación realista de los sueños de innovación de Eloy y Oscar tan largamente explicado, sino apenas unas estructuras poligonales sin vida y sin la mínima inspiración. No arte sublime: apenas técnica elemental. Pero el pago de sus honorarios (por lo menos del anticipo tan elevado), eran propios de un Leonardo o un Rafael contemporáneo, vestido con Hugo Boss.
La junta parecía irse al garete. Ruben se entretenía jugando en la mesa con su drone inservible y parecía no prestar atención; los demás empleados no acertaban a decir palabra y sólo Oscar adivinaban lo que pensaba Eloy con solo verle la cara: “Ya se sabe que el talento se mide ahora en razón de la inversión en marketing del supuesto profesional: si aparece en las revistas de moda tiene por fuerza que ser el mejor de su gremio. El prestigio personal lo respalda la pose majestuosa ante las cámaras. Sólo la evanescente fama acredita la calidad. Y no hay más”. Era más que probable que pronto se desatarían los mil diablos.
Mientras el arquitecto seguía exponiendo con su vocecita de junior irredento frente al monitor, Oscar sujetó el brazo de Eloy para tranquilizarlo. Era preferible llevar las cosas a buen término, le susurró a su hermano. Eloy masculló molesto:  
--¿Qué? ¿No tiene uno como cliente al menos el privilegio de protestar? Pero como los mexicanos somos la raza de la cortesía sumisa…
--Hay formas, Eloy – le contestó Oscar, viendo de reojo al arquitecto que acariciaba ostentoso su maletín Louis Vuitton y parecía olfatear la animadversión en contra suya.
 -- Pues yo no tengo madera de mecenas, menos de obsequiante dadivoso y mucho menos de aguantador de júniors.  
Oscar lo apartó discretamente del monitor de la Mac, e invitó a su hermano a ir juntos por un café. Era un simple pretexto para distender las cosas. Rubén se ofreció a servírselos pero entre ambos le ordenaron que se quedara en la mesa a cuidar su drone.
Frente a la cafetera, alejados de la mesa de juntas, Oscar insistió en dejar pasar la afrenta del arquitecto: “Ya veremos luego cómo subsanar el dispendio que ocasionó el inepto que contratamos; podemos compensarlo reduciendo costos de materiales de obra, o sacrificando otros rubros”.
Eloy lo interrumpió con un gesto teatral, como para que lo escucharan los presentes, especialmente ese junior de mierda a quien comenzaba a odiar profundamente:
-- Yo no puedo soportar ese método cobarde que finge la mayoría de la gente. Nada aborrezco más que a los donadores de frívolos abrazos, esos que tratan de igual modo al hombre honrado y al fatuo. Debería castigarse sin piedad ese comercio vergonzoso de apariencias amistosas; que nuestros sentimientos no se oculten jamás bajo vanos cumplidos”.
Oscar se quedó atónito.
--¿De donde sacas tanta jalada—
Su hermano se tentó a no responderle pero pudo más su honestidad intelectual.
--De Molière — aclaró --. Lo recita en el acto primero Alceste, el protagonista de su comedia teatral El Misántropo.  La obra se estrenó en París hace 347 años, ¿pero a poco no la sientes tan actual como si la hubiera escrito ayer?”.
El arquitecto que lo escuchaba a medias, no sabía si ofenderse o no, pero por no dejar se levantó de la silla, apagó la Mac y se les acercó.
-- ¿Me dijiste fatuo o algo así?
Oscar seguía mudo, con la cara desencajada.
--No-- le respondió Eloy --. Es que son las doce del día y a esta hora me gusta recitar a Molière.  
El arquitecto lo veía con la mirada típica de quien no sabe quien carajos es Moliere. Eloy pasó a señalarle que sus renders eran tan convencionales que parecían copiados de un manual de diseño gráfico para niños de primaria; que era la cuarta vez que los corregía y que ya no cabía esperar más de su creatividad en entredicho.
Como impulsado por un resorte, el arquitecto recogió sus enseres, los guardó en su maletín Louis Vuitton y se marchó de la reunión a suaves zancadas de sus Ferragamo . Nadie se atrevió a despedirlo.
- Olvidó regresarnos el anticipo de sus honorarios – remató Eloy regresando a su asiento en la mesa de juntas. Ninguno le secundó la broma. ¿Había concluido la sesión? ¿Seguirían con otro asunto? Eloy les dirigió una especie de discurso a manera de disculpa. Temía que lo fueran a catalogar de envidioso, cuando sus críticas no pasaban del plano profesional. ¿O sí había un rescoldito de envidia en su corazón? 
--¿Qué pasa con muchos profesionistas como este junior que a la menor contrariedad desisten, como si estuvieran cloroformizados y no entienden la competencia privada y la disputa eficiente? ¿Por qué no se esmeran en seducir al cliente sin pensar sólo en cómo quitarle su dinero? ¿Por qué asumen los contratos como si fuera el inicio de una dependencia parasitaria? Nos falta cultura del emprendimiento y de la competitividad.
Oscar le interrumpió su discurso para recordarle serenamente cuatro cosas: ya no tenían dinero para arrancar el Proyecto Mandela, ya no tenían arquitecto de confianza, ni siquiera planos para iniciar la obra, y la solución Do It Yourself era una opción muy remota, al menos hasta que funcionara como ejemplo alentador el drone de Rubén.
--¿El drone? – preguntó Rubén en plan de reto – Esto es lo único que nos funciona en esta temporada y a las pruebas me remito.
Eloy le tomó la palabra y les pidió salir a campo traviesa a comprobar su dicho. Dieron por concluida la junta, se subieron al Mini Cooper y Rubén, sentado en el asiento de atrás del carro, guardó en su regazo el aparato aéreo. Enfilaron por la avenida Lázaro Cárdenas a los terrenos despoblados de Valle Oriente.
--¿Les cuento otra escena de El Misántropo? – preguntó Eloy a Oscar y Rubén mientras conducía el vehículo por un atajo en Avenida Fundadores -- Un poeta mediocre le pide al protagonista Alceste qu con franqueza le de su opinión sobre un soneto amoroso que acaba de escribir. Alceste destroza el escrito sin suavizar sus críticas. El poeta le responde ofendido: “Ya quisiera verlo yo componer un poema a su manera sobre el mismo tema”. La réplica de Alceste es memorable: “Podría por desgracia componer uno igual de malo, pero me guardaría de mostrárselo a la gente”.

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