Cualquiera se siente orgulloso de
participar en la primera experiencia formal dentro del movimiento Maker (házlo
tú mismo) aunque en el caso de la construcción de este drone casero, Eloy y
Oscar intervinieron tangencialmente. El mérito era casi exclusivo de Rubén.
Habían estacionado el Cooper en el
descampado a unos 200 metros del montículo natural donde posaron el aparato. El
calor de las tres de la tarde les encendía los pómulos y mojaba la camisa a los
tres, más a Eloy que en pocos minutos parecía salido de un baño sauna. De
pronto, como de la nada, salió el hombre bajito, barba montaraz, gorra beisbolera y cara de pocos
amigos. Contempló el drone como si pensara en otra cosa, y apenas saludó a los
presentes. Oscar malició que en el bolsillo derecho de su pantalón cargaba algo
semejante a una pistola.
--Es un drone, amigo – dijo Rubén a
manera de saludo, intentando medir las reacciones del desconocido --, una
aeronave no tripulada que goza de muy mala reputación desde que se comprobó su
uso ilegal en EUA para bombardear viviendas en Afganistán.
Al hombre le valió la explicación no
pedida, y sonrió misterioso. Sudaba copiosamente, más que los otros. Para
seguir estudiando sus gestos, Eloy añadió:
-- Obvio, nada tiene que ver este
juguetito doméstico con esos aviones operativos de inteligencia artificial y
propulsión a chorro.
El desconocido abrió la boca por fin,
al tiempo que se limpiaba el sudor con un pañuelo sucio:
--¿Se puede matar gente con ellos?
-- ¡Claro! – respondió Eloy
acentuando el dramatismo de su explicación --. Son capaces de exterminar civiles a una distancia de hasta 3,700
kilómetros.
-- Esos son muchos kilómetros – dijo
el desconocido.
-- Pues si --- terció Oscar -- Ya se
ve que hemos superado al diablo en medios altamente efectivos para propalar el
mal.
Rubén encendió el transmisor del
aparato que hizo girar las aspas con estridencia. Tras una polvareda, el drone
despegó su panza del suelo y luego se devolvió sin fuerzas al montículo. Hasta
el desconocido puso cara de frustración.
--¿Les costó muy caro el juguetito?
-- Sólo vueltas y más vueltas con los
fierreros de Colón y Bernandro Reyes – aventuró Rubén, para restarle
importancia a la pregunta capciosa. NO quiso decirle que en realidad lo había
maquilado en una impresora 3D, de inyección de polímeros, con los materiales
añadidos por capas, que habían comprando para Dickens Group.
-- Además, desde ayer estamos
quebrados, amigo. No tenemos ni para dispararle una coca. Como bien dice usted,
esto es un juguete – dijo Oscar--
pero en los próximos años, los drones servirán para que los geólogos,
desde una ubicación remota, puedan investigar orografías de acceso imposible;
los arquitectos alcancen a revisar fisuras en la estructura más alta de los
rascacielos y los equipos de salvamento puedan medir en tiempo real el nivel de
riesgo en zonas de siniestro.
-- O para que los voyeristas podamos
asomarnos por las ventanas de los edificios de departamentos – interrumpió Eloy
-- para ver desvestirse a la vecina, sin necesidad de aquellos binoculares de James
Stewart para espiar a la hermosísima Grace Kelly en la película “Rear Window”
de Alfred Hitchcock.
--No se que es un voyerista –
reconoció el desconocido.
-- Son tipos que se meten en lo que
no les importa – le aclaró Eloy. Oscar tanto como Rubén carraspearon con
preocupación y quizá por una reacción espontánea, el desconocido se metió la
mano en el bolsillo de su pantalón.
Lo cierto es que Rubén no mentía en
cuanto a lo barato del drone. Había armado y programado durante meses un
prototipo de forma rudimentaria en la impresora 3D, con una cada vez mejor
calibración, pero sus intentos de alzar en el aire el aparato se frustraron una
y otra vez, hasta este preciso momento en que el drone, despertando de su
flojera sobre el montículo, y ayudando a romper la tensión que provocaba el
desconocido, comenzó a flotar unos seis metros del suelo y enseguida voló
alrededor del descampado con estabilidad aceptable. Rubén aclaró que lo había
creado a partir de un manual comprado en eBay por Oscar, según la patente de un
holandés de nombre Jasper van Loenen. Para quitarse de problemas, tanto Rubén
como Oscar habían optado por adquirir placas prefabricadas, que combinaron con
las maquiladas por la impresora 3D.
-- Le insisto, amigo, que este tipo
de artefactos, al menos en su versión casera, no son de alta tecnología –
insistió Rubén -- pero me han dado muchas horas de fastidio y este par de
minutos de entretenimiento.
--¿Cómo se construyó, si se puede
sabe?—quiso saber el desconocido.
-- No es fácil explicarlo – le
respondió Rubén -- Los componentes se ensamblan en una estructura de plástico
(ABS): tanto las hélices como los cuatro motorcitos se conectan a una unidad de
control, compuesta por un transmisor, un modulo de bluetooth, GPS y un sistema
de vuelo. A la mexicana, con un par de alambres doblados le sujeté sensores y
una camarita GoPro.
-- Misma que compré el año pasado y
que fue mi aportación a la ciencia de la aviación – advirtió Eloy con orgullo,
sobre todo porque fue lo único que funcionaba más o menos bien en esta aventura
de locos benévolos. Todos se guardaron de mencionar ni por asomo la impresora
3D. – Sólo espero que me de como retribución un par de fotografías panorámicas
en alta definición de Valle Oriente.
El encanto de ver desplazarse en el
aire al artefacto (más parecido a una hurraca chillante que a una nave
voladora) duró apenas un par de minutos más, antes de que el drone, tan frágil
y mal radiocontrolado (R/C), aterrizara de panzazo y a trompicones en el pasto,
desintegrándose en segundos.
El desconocido sonrió burlón y se fue
sin despedirse calándose la gorra beisbolera y no sin antes ayudarles a recoger las piezas dispersas del
aparato. Le echó una mirada rápida al Cooper, pareció memorizarse las placas y luego lo vieron perderse como vino por el descampado. Los tres prefirieron no
decir nada cuando lo vieron subirse a una camioneta roja, sin placas. No les quedaba duda de que el bulto acariciado por el hombre
dentro del pantalón era un arma.
-- Hay que entrar en las comunidades web
de fabricantes amateurs de aeronaves caseras – dijo Oscar.
-- No te mortifiques Rubén – lo
compadeció Eloy -- Se trata apenas de una práctica nueva, nada comparable a la
dirigida para fines militares. Por cierto que mi amigo Julio Loyola me acaba de
informar que la Marina quiere contratar este tipo de avioncitos y aún no
encuentra proveedores.
Oscar no aguantó la risa.
-- Pues de momento, no seremos nosotros
quienes les resolvamos esta necesidad a la gloriosa Armada de México.
-- Pero si pueden funcionar para un
restaurante – sugirió Eloy – El drone puede llevar en el aire los platillos de
la cocina a la mesa de los comensales, donde un mesero los descargará a sus
respectivos destinatarios. Otra opción será usar los drones para entregas a
domicilio de pedidos de clientes.
El tiempo, que todo lo cura y todo lo resuelve (para bien
o para mal), les diría a fin de cuentas si los planes de Eloy eran sueños
guajitos o anticipaciones exitosas.
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