viernes, 4 de octubre de 2013

UN DRONE CASERO


Cualquiera se siente orgulloso de participar en la primera experiencia formal dentro del movimiento Maker (házlo tú mismo) aunque en el caso de la construcción de este drone casero, Eloy y Oscar intervinieron tangencialmente. El mérito era casi exclusivo de Rubén.

Habían estacionado el Cooper en el descampado a unos 200 metros del montículo natural donde posaron el aparato. El calor de las tres de la tarde les encendía los pómulos y mojaba la camisa a los tres, más a Eloy que en pocos minutos parecía salido de un baño sauna. De pronto, como de la nada, salió el hombre bajito, barba montaraz, gorra beisbolera y cara de pocos amigos. Contempló el drone como si pensara en otra cosa, y apenas saludó a los presentes. Oscar malició que en el bolsillo derecho de su pantalón cargaba algo semejante a una pistola.   

--Es un drone, amigo – dijo Rubén a manera de saludo, intentando medir las reacciones del desconocido --, una aeronave no tripulada que goza de muy mala reputación desde que se comprobó su uso ilegal en EUA para bombardear viviendas en Afganistán.

Al hombre le valió la explicación no pedida, y sonrió misterioso. Sudaba copiosamente, más que los otros. Para seguir estudiando sus gestos, Eloy añadió:

-- Obvio, nada tiene que ver este juguetito doméstico con esos aviones operativos de inteligencia artificial y propulsión a chorro.

El desconocido abrió la boca por fin, al tiempo que se limpiaba el sudor con un pañuelo sucio:

--¿Se puede matar gente con ellos?

-- ¡Claro! – respondió Eloy acentuando el dramatismo de su explicación --. Son  capaces de exterminar civiles a una distancia de hasta 3,700 kilómetros.

-- Esos son muchos kilómetros – dijo el desconocido.

-- Pues si --- terció Oscar -- Ya se ve que hemos superado al diablo en medios altamente efectivos para propalar el mal.

Rubén encendió el transmisor del aparato que hizo girar las aspas con estridencia. Tras una polvareda, el drone despegó su panza del suelo y luego se devolvió sin fuerzas al montículo. Hasta el desconocido puso cara de frustración.

--¿Les costó muy caro el juguetito?

-- Sólo vueltas y más vueltas con los fierreros de Colón y Bernandro Reyes – aventuró Rubén, para restarle importancia a la pregunta capciosa. NO quiso decirle que en realidad lo había maquilado en una impresora 3D, de inyección de polímeros, con los materiales añadidos por capas, que habían comprando para Dickens Group.

-- Además, desde ayer estamos quebrados, amigo. No tenemos ni para dispararle una coca. Como bien dice usted, esto es un juguete – dijo Oscar--  pero en los próximos años, los drones servirán para que los geólogos, desde una ubicación remota, puedan investigar orografías de acceso imposible; los arquitectos alcancen a revisar fisuras en la estructura más alta de los rascacielos y los equipos de salvamento puedan medir en tiempo real el nivel de riesgo en zonas de siniestro.

-- O para que los voyeristas podamos asomarnos por las ventanas de los edificios de departamentos – interrumpió Eloy -- para ver desvestirse a la vecina, sin necesidad de aquellos binoculares de James Stewart para espiar a la hermosísima Grace Kelly en la película “Rear Window” de Alfred Hitchcock.

--No se que es un voyerista – reconoció el desconocido.   

-- Son tipos que se meten en lo que no les importa – le aclaró Eloy. Oscar tanto como Rubén carraspearon con preocupación y quizá por una reacción espontánea, el desconocido se metió la mano en el bolsillo de su pantalón.

Lo cierto es que Rubén no mentía en cuanto a lo barato del drone. Había armado y programado durante meses un prototipo de forma rudimentaria en la impresora 3D, con una cada vez mejor calibración, pero sus intentos de alzar en el aire el aparato se frustraron una y otra vez, hasta este preciso momento en que el drone, despertando de su flojera sobre el montículo, y ayudando a romper la tensión que provocaba el desconocido, comenzó a flotar unos seis metros del suelo y enseguida voló alrededor del descampado con estabilidad aceptable. Rubén aclaró que lo había creado a partir de un manual comprado en eBay por Oscar, según la patente de un holandés de nombre Jasper van Loenen. Para quitarse de problemas, tanto Rubén como Oscar habían optado por adquirir placas prefabricadas, que combinaron con las maquiladas por la impresora 3D.

-- Le insisto, amigo, que este tipo de artefactos, al menos en su versión casera, no son de alta tecnología – insistió Rubén -- pero me han dado muchas horas de fastidio y este par de minutos de entretenimiento.

--¿Cómo se construyó, si se puede sabe?—quiso saber el desconocido.

-- No es fácil explicarlo – le respondió Rubén -- Los componentes se ensamblan en una estructura de plástico (ABS): tanto las hélices como los cuatro motorcitos se conectan a una unidad de control, compuesta por un transmisor, un modulo de bluetooth, GPS y un sistema de vuelo. A la mexicana, con un par de alambres doblados le sujeté sensores y una camarita GoPro.

-- Misma que compré el año pasado y que fue mi aportación a la ciencia de la aviación – advirtió Eloy con orgullo, sobre todo porque fue lo único que funcionaba más o menos bien en esta aventura de locos benévolos. Todos se guardaron de mencionar ni por asomo la impresora 3D. – Sólo espero que me de como retribución un par de fotografías panorámicas en alta definición de Valle Oriente.

El encanto de ver desplazarse en el aire al artefacto (más parecido a una hurraca chillante que a una nave voladora) duró apenas un par de minutos más, antes de que el drone, tan frágil y mal radiocontrolado (R/C), aterrizara de panzazo y a trompicones en el pasto, desintegrándose en segundos.

El desconocido sonrió burlón y se fue sin despedirse calándose la gorra beisbolera y no sin antes ayudarles a recoger las piezas dispersas del aparato. Le echó una mirada rápida al Cooper, pareció memorizarse las placas y luego lo vieron perderse como vino por el descampado. Los tres prefirieron no decir nada cuando lo vieron subirse a una camioneta roja, sin placas. No les quedaba duda de que el bulto acariciado por el hombre dentro del pantalón era un arma.

-- Hay que entrar en las comunidades web de fabricantes amateurs de aeronaves caseras – dijo Oscar.

-- No te mortifiques Rubén – lo compadeció Eloy -- Se trata apenas de una práctica nueva, nada comparable a la dirigida para fines militares. Por cierto que mi amigo Julio Loyola me acaba de informar que la Marina quiere contratar este tipo de avioncitos y aún no encuentra proveedores.

Oscar no aguantó la risa.

-- Pues de momento, no seremos nosotros quienes les resolvamos esta necesidad a la gloriosa Armada de México.
   
-- Pero si pueden funcionar para un restaurante – sugirió Eloy – El drone puede llevar en el aire los platillos de la cocina a la mesa de los comensales, donde un mesero los descargará a sus respectivos destinatarios. Otra opción será usar los drones para entregas a domicilio de pedidos de clientes.

El tiempo, que todo lo cura y todo lo resuelve (para bien o para mal), les diría a fin de cuentas si los planes de Eloy eran sueños guajitos o anticipaciones exitosas.    

No hay comentarios:

Publicar un comentario