jueves, 3 de octubre de 2013

INSOMNIO


Eloy Garza se levantó de su cama a las ocho de la mañana como de costumbre con los ojos pelones por no haber dormido durante la noche. Era como claudicar de una vez por todas del sueño a pesar de las infusiones nocturnas de tila, melissa, valeriana, manzanilla, pasiflora, y otras hierbas que retacaban los estantes de su alacena. 

Padecía insomnio como cada verano con una periodicidad metódica y letal, pero en esta ocasión el motivo no era orgánico sino filosófico: le consultó a la almohada hora tras hora sobre cómo llevar a la práctica los preceptos del Do It Yourself, sin retrasar los tiempos de entrega del Proyecto Mandela. A una hora indeterminada de la noche se levantó a escribir el post rutinario en la computadora, con una paciencia superior a la de ordinario y regresó a la cama creyendo que ya lo vencía el sueño, pero no era más que otro engaño de sus locas ganas de dormir. En su ensoñación se metía en un dédalo de concreto detrás de un billete sujeto a un hilo invisible que alguien jalaba. Cada vez que Eloy casi lo alcanzaba, el hilo hacía volar el billete más lejos de su perseguidor. Era el cuento de nunca acabar.    

Eloy Tenía la intención de presentar una nueva idea en la junta de planeación con sus colaboradores esa misma mañana, luego de que el arquitecto le mostrara – ¡por fin, a Dios gracias! -- los últimas imágenes renderizadas del local.

Se bañó, se vistió con una camisa de cuadros, un pantalón arrugado color café y preparó su te verde habitual endulzado con sacarina en una cafetera de enchufe, antes de salir retrasado por media hora de su casa a Dickens Group, con movimientos de autómata y con la cabeza perdida en otro mundo mientras conducía el Mini Cooper como por inercia, escuchando “Et Incarnatus est” de la “Misa en Do” de Mozart.

En la oficina se entretuvo casi una hora jugueteando con la pitón, estudiando la tarántula en su jaula de cristal y a las pirañas en su pecera: un zoológico en toda regla que para Oscar era un desperdicio colosal de recursos y tiempo. Eloy no se espabiló hasta que su hermano, parado en el marco de la puerta de su oficina y con el vaso de capuchino en la mano izquierda, le soltó a manera de bienvenida un “¡estás loco si crees que Kickstarter nos financiará el Proyecto Mandela!”, que si bien no lo sobresaltó lo puso al instante en guardia.

-- O sea que leíste mi post de hoy.

-- Sí – le respondió Oscar bebiendo el capuccino --. Te recuerdo que me lo enviaste a mi mail a las tres de la mañana.

Lo había olvidado pero era cierto: como un intento por demostrarse a sí mismo que el proyecto Mandela era tan atractivo como para ser financiado colectivamente (ahora que habían perdido en la bolsa de valores buena parte de sus ahorros y ya no les quedaba de otra), escribió un brief  sobre las ventajas de someterlo a consideración de Kickstarter, una de las plataformas de redes sociales más exitosas para que modelos de negocio de autoproducción recauden fondos del público, saltándose las vías tradicionales de inversión.

Pero Oscar tenía sus reservas: Kickstarter fijaba fechas límites y una meta de recaudación de fondos (lo que se denomina provision point mechanism) que no se ajustaba a los plazos del proyecto Mandela, por muy artesanal y casero que quisieran convertirlo.

-- Me gusta el concepto de Do it Yourself – remató Oscar encogiéndose de hombros – pero sólo dime cómo hacerlo. Por cierto, traes unas ojeras de vampiro desvelado. ¿Otra vez no dormiste?

-- No, me la pasé dando vueltas en la cama pensando en esto, y en lo que tengo que decirle al arquitecto. Sospecho que de nuevo nos quedará mal.

-- ¿Lo vas a regañar delante de todos?

-- No me queda de otra.

-- Pues que Dios nos agarre confesados. Nada mas piensa que lo más seguro es que le dará igual porque ya le pagamos. Y música pagada...

Los empleados pasaron por el pasillo con mochilas, portafolios y topperwers con el lonche del mediodía. Saludaron rápidamente a los dos hermanos para no sacarlos de su plática. Eloy los saludó con una mano y con la otra se sobó la cabeza, mientras soltaba un bostezo prolongado. Vio la hora en su Iphone: en unos minutos tendrían que comenzar la junta de planeación y del arquitecto ni sus luces:

-- Pues si no podemos financiarnos con Kickstarter de plano no encuentro otra manera. Tus manos y las mías son muy pocas para poder levantar un proyecto como Mandela.

-- Nos queda la gente de Dickens Group – sugirió Oscar con una duda mal disimulada. En un descuido, Eloy le arrebató el capuchino de la mano, le dio un sorbo al vaso con cuidado para no quemarse y se lo devolvió.
 
-- ¿Te refieres a Rubén el inventor de drones que no vuelan?

-- No tengo a muchos más en mente. Ni modo que contemos con el arquitecto que, por cierto, ya se retrasó como siempre. ¿Comenzamos la junta sin él?

Ni el propio Eloy supo a ciencia cierta si el largo suspiro que dio fue a causa del café hirviente que le había arrebatado a su hermano o por la imposibilidad de imaginar otras salidas a la falta de recursos que no fueran las que se posaban frente a sus narices. Tenía preparado un acto de desplante teatral en contra del arquitecto si no cumplía con la entrega pendiente de material, pero su demora le deshacía sus planes. ¿Lo haría a propósito por fastidiarlo? ¿Por echarle en cara su soberbia? 

-- Comencemos la junta. Y que el arquitecto se vaya al carajo de una buena vez.

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