Eloy
Garza se levantó de su cama a las ocho de la mañana como de costumbre con los
ojos pelones por no haber dormido durante la noche. Era como claudicar de una
vez por todas del sueño a pesar de las infusiones nocturnas de tila, melissa,
valeriana, manzanilla, pasiflora, y otras hierbas que retacaban los estantes de
su alacena.
Padecía insomnio como cada verano con una periodicidad metódica y
letal, pero en esta ocasión el motivo no era orgánico sino filosófico: le
consultó a la almohada hora tras hora sobre cómo llevar a la práctica los
preceptos del Do It Yourself, sin
retrasar los tiempos de entrega del Proyecto Mandela. A una hora indeterminada de la noche se levantó a escribir el post rutinario en la computadora, con una paciencia superior a la de ordinario y regresó a la cama creyendo que ya lo vencía el sueño, pero no era más que otro engaño de sus locas ganas de dormir. En su ensoñación se metía en un dédalo de concreto detrás de un billete sujeto a un hilo invisible que alguien jalaba. Cada vez que Eloy casi lo alcanzaba, el hilo hacía volar el billete más lejos de su perseguidor. Era el cuento de nunca acabar.
Eloy Tenía la intención de
presentar una nueva idea en la junta de planeación con sus colaboradores esa
misma mañana, luego de que el arquitecto le mostrara – ¡por fin, a Dios gracias! -- los últimas imágenes renderizadas del local.
Se
bañó, se vistió con una camisa de cuadros, un pantalón arrugado color café y
preparó su te verde habitual endulzado con sacarina en una cafetera de
enchufe, antes de salir retrasado por media hora de su casa a Dickens Group, con movimientos de
autómata y con la cabeza perdida en otro mundo mientras conducía el Mini Cooper
como por inercia, escuchando “Et Incarnatus est” de la “Misa en Do” de Mozart.
En
la oficina se entretuvo casi una hora jugueteando con la pitón, estudiando la
tarántula en su jaula de cristal y a las pirañas en su pecera: un zoológico en
toda regla que para Oscar era un desperdicio colosal de recursos y tiempo. Eloy no se espabiló
hasta que su hermano, parado en el marco de la puerta de su oficina y con el vaso
de capuchino en la mano izquierda, le soltó a manera de bienvenida un “¡estás
loco si crees que Kickstarter nos financiará el Proyecto Mandela!”, que si bien
no lo sobresaltó lo puso al instante en guardia.
-- O sea que leíste mi post de hoy.
-- Sí – le respondió Oscar bebiendo el capuccino --. Te
recuerdo que me lo enviaste a mi mail a las tres de la mañana.
Lo
había olvidado pero era cierto: como un intento por demostrarse a sí mismo que
el proyecto Mandela era tan atractivo como para ser financiado colectivamente
(ahora que habían perdido en la bolsa de valores buena parte de sus ahorros y
ya no les quedaba de otra), escribió un brief sobre las ventajas de someterlo a
consideración de Kickstarter, una de las plataformas de redes sociales más
exitosas para que modelos de negocio de autoproducción recauden fondos del
público, saltándose las vías tradicionales de inversión.
Pero
Oscar tenía sus reservas: Kickstarter fijaba fechas límites y una meta de
recaudación de fondos (lo que se denomina provision
point mechanism) que no se ajustaba a los plazos del proyecto Mandela, por
muy artesanal y casero que quisieran convertirlo.
-- Me gusta el concepto de Do it Yourself – remató Oscar encogiéndose de hombros – pero sólo
dime cómo hacerlo. Por cierto, traes unas ojeras de vampiro desvelado. ¿Otra
vez no dormiste?
-- No, me la pasé dando vueltas en la cama pensando en esto,
y en lo que tengo que decirle al arquitecto. Sospecho que de nuevo nos quedará mal.
-- ¿Lo vas a regañar delante de todos?
-- No me queda de otra.
-- Pues que Dios nos agarre confesados. Nada mas piensa que lo más seguro es que le dará igual porque ya le pagamos. Y música pagada...
Los empleados pasaron por el pasillo
con mochilas, portafolios y topperwers con el lonche del mediodía. Saludaron
rápidamente a los dos hermanos para no sacarlos de su plática. Eloy los saludó con
una mano y con la otra se sobó la cabeza, mientras soltaba un bostezo prolongado. Vio la hora en su Iphone: en unos
minutos tendrían que comenzar la junta de planeación y del arquitecto ni sus
luces:
-- Pues si no podemos financiarnos con Kickstarter de plano
no encuentro otra manera. Tus manos y las mías son muy pocas para poder
levantar un proyecto como Mandela.
-- Nos queda la gente de Dickens Group – sugirió Oscar con
una duda mal disimulada. En un descuido, Eloy le arrebató el capuchino de la
mano, le dio un sorbo al vaso con cuidado para no quemarse y se lo devolvió.
-- ¿Te refieres a Rubén el inventor de drones que no vuelan?
-- No tengo a muchos más en mente. Ni modo que contemos con
el arquitecto que, por cierto, ya se retrasó como siempre. ¿Comenzamos la junta
sin él?
Ni
el propio Eloy supo a ciencia cierta si el largo suspiro que dio fue a causa
del café hirviente que le había arrebatado a su hermano o por la imposibilidad
de imaginar otras salidas a la falta de recursos que no fueran las que se
posaban frente a sus narices. Tenía preparado un acto de desplante teatral en
contra del arquitecto si no cumplía con la entrega pendiente de material, pero su demora le deshacía sus planes. ¿Lo haría a propósito por fastidiarlo? ¿Por echarle en cara su soberbia?
-- Comencemos la junta. Y que el arquitecto se vaya al
carajo de una buena vez.
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