Los planes de makers inspirados por el Do
It Yourself como el Proyecto Mandela que no se adaptan por su propia
naturaleza a los patrones ordinarios de financiamiento, pueden recurrir a la
plataforma de Kickstarter (nacida en 2009), a partir del modelo de cooperación
colectiva o micromecenazgo. Y es que en épocas de crisis, como decía Einstein,
sólo la imaginación es más importante que el conocimiento. Pero, como opina
Oscar Garza, no faltan los asegunes en Kickstarter.
Para cualquier cantautor indie que busca grabar profesionalmente
sus canciones en un álbum al margen de los circuitos comerciales, o para
cualquier fabricante a pequeña escala de nuevas modalidades de piercing
personalizado que quiere exportar su innovación a otros países donde las luzcan
lenguas y ombligos de otras razas, ser financiado a través de Kickstarter resulta
un buen alivio. Este sitio web puso de moda una nueva economía heterodoxa, el crowd–funding, con una facilidad
operativa que antes nos resultaba ajena y diversificó el objeto de
financiamiento que en un principio se restringía a proyectos estéticos y que
ahora se abrió a las ramas tecnológicas.
Pero Kickstarter ha mezclado la
aceptación de buenos proyectos con otros de dudosa procedencia; ha combinado la
recepción en su sistema de creaciones originales con propuestas mediocres,
destinadas incluso a ser front para
lavar dinero o para cometer fraudes.
Según Oscar Garza pocos han analizado
también el efecto psicológico que sufren los creadores de un proyecto cuando
los exponen públicamente en ese sitio web para ser financiado: como por
normatividad, Kickstarter abre y transparenta cada donantes, no faltará quién
se decepcione por haber recibido menos apoyo del que esperaba de sus sponsors potenciales, de sus familiares
pudientes o de sus amigos cercanos que prometieron determinadas sumas con las
que no cumplieron. O al revés: están los supuestos creadores que suben sus
proyectos como instrumento de presió coercitivos a personas que comprometen
para que los financien.
Por otra parte, existen
testimonios de participantes que sufrieron las de Caín para recibir su
financiamiento ya gestionado (los retrasos en la entrega de recursos son casi
la marca de la casa), carecen de respaldo legal suficiente para reclamar el
dinero ganado o su proyecto rentable duró tanto en línea al riesgo de ser
pirateado por inversores oportunistas.
Estos imponderables desmoralizan
al maker mejor plantado y confirman
que Kickstarter es apenas un startup
con muchas áreas de oportunidad, que no ha alcanzado la solidez de otros sitios
como e-Bay, más preocupado en evitar fiascos. Como la mayoría de los startups,
Kickstarter está en su fase
temprana, sujeta al método heurístico de prueba y error, con los defectos,
fallas de origen y malentendidos típicos, corregidos sobre la marcha, que se
llevan entre las patas la confianza de usuarios bienintencionados y a veces
hasta el propio prestigio de la marca.
De ahí que muchos artistas
aficionados, artesanos, diseñadores amateurs e interesados en el mundo del
retail, escudriñen en línea otras opciones de mercado abierto como www.quirky.com (nacida en 2009), una compañía
definida por Ben Kaufman, su fundador y director general, como social product development. ¿Cómo opera?
El creador de un proyecto innovador presenta su idea, los técnicos de Quirky la
desarrollan y le dan 30 centavos por cada unidad vendida. Este modelo de
negocio lleva cada semana dos nuevas marcas de productos de consumo al mercado.
Opina Kaufman: “Todos somos inventores y Quirky tiene como misión hacer la
invención accesible”.
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