En el mundo empresarial existe un concepto
curioso: “la herida del empresario”. Fue acuñado en el año 2009 por el
periodista de negocios de la BBC, Robert Peston, y explica que la clave del
éxito de muchos buenos emprendedores se debe a su capacidad para sortear retos
y adversidades. Claro, sus rostros tienen las cicatrices de las mil y un
batallas ganadas y perdidas. Por su parte, el novelista Francis Scott
Fitzgerald escribe en “El gran Gatsby”: “La conducta puede fundarse en dura roca
o en húmedos pantanos”.
Aquellos que sufrieron heridas en su pasado, que
batallaron a brazo partido, que son resilentes y fundaron su conducta en la
dura roca y no en pantanos húmedos, pueden llegar a ser mejores emprendedores
que quienes por buena suerte –para ellos, no para los clientes-- arribaron como
juniors a ocupar el asiento que perteneció a sus padres.
El problema es que por una falla del comercio patrimonialista, como el que se gesta en México,
por una grieta de la pirámide mercantilista de los bienes heredados – incluyendo
erróneamente los que se transmiten por ADN - ahora llegan a los altos cargos
empresariales hombres grises y sin atributos, hijos de papá. Estos juniors no
crecieron en condiciones difíciles, ni se templaron en entornos adversos. De
ahí su frivolidad, su desapego a las normas de calidad, su falta de enfoque en el
epicentro de los problemas empresariales.
La mayoría de los fundadores de grandes empresas
comenzaron a ser exitosos bien entrada su madurez. El mejor publicista de todos
los tiempos, David Ogilvy solía contar que ninguna agencia de publicidad lo
hubiera contratado porque a sus 38 años no tenía profesión y estaba
desempleado. Ray Krok, el visionario detrás de McDonald’s tenía 50 años y
estaba en el ocaso de su carrera cuando lo fichó la empresa de los arcos
dorados.
A la pregunta de por qué inició su carrera como
emprendedora en el ocaso de su vida, Mary Kay solía responder: “siendo ya una
mujer madura y con venas varicosas, en realidad no tenía mucho tiempo para
darle vueltas al asunto”.
Tanto Ogilvy como Krok y Kay, fueron miembros
honrosos del “club de la herida del empresario”. Pero el rostro juvenil, tan
bronceado y rezogante de botox de muchos juniors, no muestran esa herida. No tienen cicatrices ni rastros de
esquirlas de guerra.
Warren Buffet, el famoso inversionista tiene una
frase burlona que les cae como anillo al dedo a estos hijos de emprendedores:
“son miembros del club del esperma con suerte”. Su cargo no se lo ganaron a
pulso sino que lo heredaron de sus padres biológicos y sobre todo de sus
relaciones trenzadas aún antes de nacer. Seguramente la mayoría de estos
padrinos ya se arrepintieron de haberlos ayudado.
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