viernes, 4 de octubre de 2013

EL CLUB DEL ESPERMA CON SUERTE


En el mundo empresarial existe un concepto curioso: “la herida del empresario”. Fue acuñado en el año 2009 por el periodista de negocios de la BBC, Robert Peston, y explica que la clave del éxito de muchos buenos emprendedores se debe a su capacidad para sortear retos y adversidades. Claro, sus rostros tienen las cicatrices de las mil y un batallas ganadas y perdidas. Por su parte, el novelista Francis Scott Fitzgerald escribe en “El gran Gatsby”: “La conducta puede fundarse en dura roca o en húmedos pantanos”. 

Aquellos que sufrieron heridas en su pasado, que batallaron a brazo partido, que son resilentes y fundaron su conducta en la dura roca y no en pantanos húmedos, pueden llegar a ser mejores emprendedores que quienes por buena suerte –para ellos, no para los clientes-- arribaron como juniors a ocupar el asiento que perteneció a sus padres.

El problema es que por una falla del comercio patrimonialista, como el que se gesta en México, por una grieta de la pirámide mercantilista de los bienes heredados – incluyendo erróneamente los que se transmiten por ADN - ahora llegan a los altos cargos empresariales hombres grises y sin atributos, hijos de papá. Estos juniors no crecieron en condiciones difíciles, ni se templaron en entornos adversos. De ahí su frivolidad, su desapego a las normas de calidad, su falta de enfoque en el epicentro de los problemas empresariales.

La mayoría de los fundadores de grandes empresas comenzaron a ser exitosos bien entrada su madurez. El mejor publicista de todos los tiempos, David Ogilvy solía contar que ninguna agencia de publicidad lo hubiera contratado porque a sus 38 años no tenía profesión y estaba desempleado. Ray Krok, el visionario detrás de McDonald’s tenía 50 años y estaba en el ocaso de su carrera cuando lo fichó la empresa de los arcos dorados. 

A la pregunta de por qué inició su carrera como emprendedora en el ocaso de su vida, Mary Kay solía responder: “siendo ya una mujer madura y con venas varicosas, en realidad no tenía mucho tiempo para darle vueltas al asunto”. 

Tanto Ogilvy como Krok y Kay, fueron miembros honrosos del “club de la herida del empresario”. Pero el rostro juvenil, tan bronceado y rezogante de botox de muchos juniors,  no muestran esa herida. No tienen cicatrices ni rastros de esquirlas de guerra. 

Warren Buffet, el famoso inversionista tiene una frase burlona que les cae como anillo al dedo a estos hijos de emprendedores: “son miembros del club del esperma con suerte”. Su cargo no se lo ganaron a pulso sino que lo heredaron de sus padres biológicos y sobre todo de sus relaciones trenzadas aún antes de nacer. Seguramente la mayoría de estos padrinos ya se arrepintieron de haberlos ayudado. 

Ojalá que la mayoría de los emprendedores de las próximas décadas formen parte del primer club (el de los heridos), y a los miembros del segundo club (el de los espermas con suerte) se les mande a morir empresarialmente en el condón virtual del olvido. Se lo merecen tanto unos como otros.

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