Para
ese entonces en el norte de México germinaba un nueva tendencia denominada
“Hazlo tu mismo” (“Do It Yourself”), práctica dos veces centenaria en
EUA y que Eloy Garza había conocido tras la lectura del libro Walden, la vida en los bosques (1857) de
Henry David Thoreau.
El
fondo de esta tendencia es relativamente elemental: se trata de fabricar uno
mismo las cosas que nos resulten útiles (autoproducción), como microhuertos
orgánicos, vino orgánico, muros verdes, adaptación como equipo de gym de
llantas, tubos de pvc y llaves inglesas (crossfit);
incluso confección de cosas artísticas que expresan nuestros gustos o
tendencias estéticas (artesanía, graffiti urbano legal e ilegal, línea
de ropa alternativa, manualidades de inspiración racial, diseño de bisutería
amateur, producción indie de música y video, tatuajes, pearcing, rastas, todo
en plan amateur y con tecnología básicamente doméstica. Los tutoriales y cursos
en Youtube, Vimeo y otros medios
sociales benefician esta tendencia de impacto mundial.
Eloy
no era muy optimista de que esta modalidad del “Hazlo tu mismo” pudiera
adaptarse en estas tierras, por carecer de suficientes referencias nativas de
bricolaje (actividad manual que realiza un aficionado). Y es que ¿hace cuánto
se dejaron de lado en el noroeste de México las materias de aprendizaje manual
en escuelas primarias o los talleres de carpintería y electrónica en las
secundarias? ¿Hay algo similar en estos páramos a la Feria Maker que se
monta anualmente en Silicon Valley o cuando menos en Valencia, España? Sin duda
se han desdeñado las técnicas de fabricación de productos comerciales por
dominar mejor las artes del marketing, la negociación y las ventas: preferimos
el humo a lo sólido.
Los
habitantes de los páramos norteños donde vive Eloy quieren ser grandes
vendedores y no diestros hacedores; admirados publicistas y no hábiles
fabricantes; managers, más no makers. Admiran la mentefactura
pero descuidan la manofactura y no se avanza ni en lo uno ni en lo otro, si de
por sí producir cuesta mucho en inversión, preparación y gestión de la cadena
de suministro.
Mucha
culpa la tiene el propio gobierno empecinado en castigar al buen fabricante y
al emprendedor, saturándolo de permisos y trámites a cargo de burócratas que no
producen nada más que estorbos y retrasos; exprimiéndolo con sobornos en vez de
alentarlo en su inversión de riesgo; condicionándole su comportamiento con impuestos,
leyes y reglamentos arbitrarios. Así se explica que sea el propio gobierno
quien nutre la economía subterránea. Eloy se sentía defraudado: “no nos dejan
de otra”.
No
es extraño entonces que la aspiración vocacional en esos páramos donde vive Eloy
se dirija a trabajar en una oficina oscura de gobierno en vez de fabricar
productos para acomodarlos en el circuito comercial o para autoconsumo. Pero
algo está cambiando.
La
naciente tendencia de “Hazlo tú mismo” (DIY), esa que como revelación les cambió
la conciencia a Eloy y Oscar la mañana cuando se les deshacía entre las manos
el proyecto Mandela, se convertiría
en movimiento Maker cuando el hacedor independiente comprendiera que no
está solo y tome la decisión de compartir sus proyectos abriéndose al Know-how
colectivo. No es wishful thinking: la crisis de puestos de trabajo se
aliviará con la proliferación de fabricantes constituidos en pequeñas empresas
con ventas minoristas.
Eloy
también había leído por esos días una novela poco conocida en México: “Makers”
(2009) del blogero y narrador Cory Doctorow que en formato ficción explora el
mismo fenómeno maker. En un futuro ficción
cercano estallará el boom de pequeñas start-ups que diseñen, fabriquen y
comercialicen productos de factura colaborativa (P2P) creados por diletantes o
amateurs y destinados en especial a la base de la pirámide, es decir, a la
población que no forma parte de la clase media.
Doctorow
bautizó el movimiento ficticio de su novela como New Work y en la vida
real su base de operaciones la ocupan instalaciones compartidas de producción
ya popularizadas en Shanghái (donde hay miles), pero con atisbos prometedores
en otros países emergentes como México.
Pero antes de cualquier cosa, Eloy pensaba que el
gobierno tenía que hacerse a un lado y no imponerle obstáculos burocráticos a
la fabricación de bienes físicos, ni al manejo libre de bites y de átomos. Así
se podría plantar la simiente de la nueva Revolución Industrial, inspirada en
Henry David Thoreau y puesta en marcha por el proyecto Mandela.
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